martes, 18 de noviembre de 2014

Alegría




Un hombre de bien dijo en una ocasión: “Los que piensan que en el mundo abunda más lo malo que lo bueno, ven la vida a través del cristal ahumado de su pesimismo”.








Decide ser optimista, alegre.
No debes permitir que la tristeza se adueñe de ti. Lucha contra ella, porque la tristeza vacía el corazón, lo envejece. La alegría lo revitaliza.
Tu salud mejorará notablemente si decides ser una persona alegre, no sólo en los momentos de bonanza sino también cuando el mar de tu vida está agitado: “El corazón alegre es una buena medicina, pero el espíritu triste seca los huesos” (Pr. 17:22).
La alegría y el odio son difíciles de ocultar. Pídele al Señor que te ayude a albergar en tu corazón sólo la dicha, así podrás mostrar en tu rostro la felicidad, que es contagiosa y transforma el ambiente. Eleva el ánimo y alarga la vida. El odio lo único que hace es destruirte a ti y a los otros.
Tu corazón debe bombear alegría, simpatía, aprecio sincero, amor. Un corazón así vive muchísimos años.
Colócate la meta de ser optimista y alegre. Mirar lo positivo de la vida. El lado bueno de las cosas. Esto forma parte del verdadero evangelio.
Así como en la naturaleza existen leyes fijas, también en la vida espiritual existen leyes. Si tú siembras maíz recoges mazorcas de maíz. Si te colocas de lado del Señor cosecharás la alegría de la fe: “Luz está sembrada para el justo, alegría para los rectos de corazón” (Sal. 97:11).
Todavía tienes motivos para sonreír y ser feliz. Vives, aún puedes ver la luz del nuevo día... respiras, te mueves, saltas como cervatillo y tienes fe. ¿Puede haber algo más hermoso en esta tierra? ¡Qué importante es, pues, darle gracias a Dios por todo ello!
Tu tristeza son las lágrimas del corazón. El pañuelo para enjugarlas es el amor profundo de Jesús. No te resistas a él. Gózate en sus promesas:
“¡Regocijaos en el Señor siempre! Repito: ¡Regocijaos!” (Fil. 4:4).
Canta a la vida, si quieres que la vida te sonría. Cuando cantas las tinieblas de tu montaña se disipan y el paisaje hermoso de tu existencia puede entonces divisarse con nitidez.
No es fácil sonreír en medio del dolor. Una lágrimas no hacen daño a nadie; el problema viene cuando decidimos alargar la tristeza en el tiempo, porque entonces la alegría se ahoga, y las buenas cosas que podrían resultar de aquella mala experiencia se tornan en cadenas que roban nuestra libertad. Obliga a tu mente a ser feliz.
Mira la tristeza como un viandante que pasa frente a tu puerta. Lo saludas pero después se aleja hasta que lo pierdes de vista. Tu tristeza pasará, ten paciencia contigo mismo y no dejes que te hunda en la desesperación. “El llanto puede durar una noche, pero a la mañana viene la alegría” (Sal. 30:5).
Los sentimientos, las emociones te invadirán constantemente pero no debes dejar que llenen tu mente de nubes. Decide qué clase de sentimientos y emociones deseas tener, ora a Dios y pídele que te ayude a dominar tu tristeza. Tú también puedes hacer la misma experiencia que David: “Has cambiado mi lamento en danza, quitaste mi saco, y me ceñiste de alegría” (Sal. 30:11).
Cuando estás triste, todas las cosas bellas pierden su encanto. La tristeza hace que te encierres en un mundo ficticio, creando una costra de inquietud e insatisfacción en torno al corazón. Arráncate la tristeza de raíz, Dios desea que seas feliz: “Alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios” (Jl. 2:23).
La actitud externa que tú adoptes te influirá sobre tu mente y al contrario. Si tienes una buena disposición mental influirá positivamente sobre tus actitudes.
¡Cuidado con tus sentimientos y emociones! Si hoy te encuentras triste y abatido, decide con la ayuda de Dios superar esos sentimientos, obliga a tu mente a estar alegre; porque de lo contrario de encontrarte triste y abatido pasarás a ser una persona triste y abatida. Tú tienes en tu mano la facultad de teñir tu estado anímico con el color que desees.


Tomado de:
Reflexiones para Jóvenes
Ejercicios para el alma.
José V. Giner

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