Un hombre de bien dijo en una ocasión: “Los que piensan que en el mundo abunda más lo malo que lo bueno, ven la vida a través del cristal ahumado de su pesimismo”.
Decide ser optimista, alegre.
No debes permitir que la tristeza se adueñe de ti. Lucha contra ella, porque la tristeza vacía el corazón, lo envejece. La alegría lo revitaliza.
La alegría y el odio son difíciles de ocultar. Pídele al Señor que te ayude a albergar en tu corazón sólo la dicha, así podrás mostrar en tu rostro la felicidad, que es contagiosa y transforma el ambiente. Eleva el ánimo y alarga la vida. El odio lo único que hace es destruirte a ti y a los otros.
Tu corazón debe bombear alegría, simpatía, aprecio sincero, amor. Un corazón así vive muchísimos años.
Colócate la meta de ser optimista y alegre. Mirar lo positivo de la vida. El lado bueno de las cosas. Esto forma parte del verdadero evangelio.
Todavía tienes motivos para sonreír y ser feliz. Vives, aún puedes ver la luz del nuevo día... respiras, te mueves, saltas como cervatillo y tienes fe. ¿Puede haber algo más hermoso en esta tierra? ¡Qué importante es, pues, darle gracias a Dios por todo ello!
Tu tristeza son las lágrimas del corazón. El pañuelo para enjugarlas es el amor profundo de Jesús. No te resistas a él. Gózate en sus promesas:
“¡Regocijaos en el Señor siempre! Repito: ¡Regocijaos!” (Fil. 4:4).
Canta a la vida, si quieres que la vida te sonría. Cuando cantas las tinieblas de tu montaña se disipan y el paisaje hermoso de tu existencia puede entonces divisarse con nitidez.
Mira la tristeza como un viandante que pasa frente a tu puerta. Lo saludas pero después se aleja hasta que lo pierdes de vista. Tu tristeza pasará, ten paciencia contigo mismo y no dejes que te hunda en la desesperación. “El llanto puede durar una noche, pero a la mañana viene la alegría” (Sal. 30:5).
Los sentimientos, las emociones te invadirán constantemente pero no debes dejar que llenen tu mente de nubes. Decide qué clase de sentimientos y emociones deseas tener, ora a Dios y pídele que te ayude a dominar tu tristeza. Tú también puedes hacer la misma experiencia que David: “Has cambiado mi lamento en danza, quitaste mi saco, y me ceñiste de alegría” (Sal. 30:11).
La actitud externa que tú adoptes te influirá sobre tu mente y al contrario. Si tienes una buena disposición mental influirá positivamente sobre tus actitudes.
¡Cuidado con tus sentimientos y emociones! Si hoy te encuentras triste y abatido, decide con la ayuda de Dios superar esos sentimientos, obliga a tu mente a estar alegre; porque de lo contrario de encontrarte triste y abatido pasarás a ser una persona triste y abatida. Tú tienes en tu mano la facultad de teñir tu estado anímico con el color que desees.
Tomado de:
Reflexiones para Jóvenes
Ejercicios para el alma.
José V. Giner
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