Jesús es nuestro Maestro, culmen de todas las aspiraciones cristianas. Los Evangelios dicen que Él, para enseñar a las gentes, primero predicaba con sus obras y luego hablaba. Parece ser que abunda la clase de gente que sabe hacer muy bien lo segundo y olvida lo primero. Que buen propósito es, pues, que te entregues con cuerpo y alma a la tarea de ser, más que a la obra de hablar.
Lo que más abunda en nuestro mundo es la incoherencia, personas que hoy dicen una cosa y mañana hacen otra. No seas tú así.
Una persona responsable y veraz vale más que el oro y las joyas. Tal vez el mundo te valore a bajo costo, pero para Dios vales la sangre de su Hijo.
La verdad se revela alguna vez a todos los hombres pero sólo unos pocos la aceptan. Ten una actitud atenta, no sea que vaya a llamar la verdad a tu puerta y no le abras.
Tu autenticidad, tu coherencia, tu fidelidad inamovible a los principios de Dios, serán tu salvaguardia contra la depresión, el desánimo, la cobardía y el miedo.
Las apariencias engañan. No te dejes llevar por lo exterior ni tampoco vivas aparentando. Sé auténtico, pero busca la semejanza con Cristo. Que el mundo vea en ti alguien cabal, no seas de esos que aparentan ser pero que por dentro son otra cosa.
No es todo oro lo que reluce. Lo que te podría parecer de mucho valor e importancia muchas veces es vano oropel. Un carácter semejante al de Cristo es el mejor adorno que puedes usar, lo demás déjalo pasar aunque brille.
Nuestra sociedad moderna está basada en gran manera sobre lo externo, lo aparente. La fama, el dinero, el poder, cautivan a miles en sus encantos, más no se dan cuenta que estas cosas se desvanecen en cualquier momento como la niebla de la mañana cuando sale el sol. Lo que importa es vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, así permanecerás.
Todo pasa, sólo Dios queda y con él los que se aferran a su Palabra y la viven: “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Is. 40:8). ¿No te gustaría permanecer para siempre?
La brújula siempre señala al Norte, es fiel a su cometido y a cuántas personas ha salvado de perderse y probablemente hasta de la muerte. Sé fiel a Dios, sé fiel a tu misión; así ayudarás a mucha gente a no extraviarse por el camino de la vida. ¿No es esa una tarea maravillosa?
“¡Ojalá que me reverencien. Y guarden todos los días, todos mis Mandamientos! ¡Así les irá bien a ellos y a sus hijos para siempre!” (Dt. 5:29). Aquí tienes una clara indicación de lo que debes hacer para que te vaya bien. La obediencia a Dios es tu escudo poderoso contra los ataques del maligno.
No son pocos los que consideran la fe como lo único necesario para poder entrar en la vida eterna. Pero se olvidan que la fe debe ir acompañada de obras, es decir de la obediencia a la Santa Ley de Dios: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Ro. 3:31). Tu fe es recia, firme, auténtica, en la medida que te lleva a la fidelidad.
La lealtad a Dios no es algo que tú puedas generar por tus propias fuerzas. Es el fruto de la
redención de tu voluntad a él y el resultado del trabajo del Espíritu Santo en ti: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13).
La estricta obediencia a la Ley de Dios es tu salvoconducto por la vida y tu garantía para alcanzar la dicha y la paz que tanto anhela los humanos.
Una conciencia tranquila es el arma más poderosa para obtener las victorias más preciosas del alma.
Tus principios tal vez no sean compartidos por los demás, pero tu fidelidad a los mismos y tu coherencia serán admiradas por los demás.
Tomado de:
Reflexiones para Jóvenes
Ejercicios para el alma.
José V. Giner
Deja que Dios hable a tu corazón.
© Reforma Visión
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